En primer lugar un seguidor de Cristo al estilo de Domingo ha de ser buscador de Dios. Hombre o mujer de Dios es aquel que busca incansablemente a Dios en la vida, que busca el rostro de Dios en cada acontecimiento, en cada persona, en cada situación. La fe es una relación, una relación sólo se mantiene cuando la cuidamos. Una persona buscadora de Dios, enamorada de Dios como lo fue Domingo es quien encuentra tiempo para estar a solas con él.
El segundo rasgo: aquel que se pregunta por la verdad de la vida, por la verdad de las cosas. Y esto es muy actual. En un mundo de la imagen y del postureo, incluso dentro de la Iglesia, que importante es que busquemos la verdad con el estudio. El estudio, un gran rasgo de Domingo, pero no como carrera o una posesión de títulos, no; eso ya lo hace el mundo, sino el estudio para poder comprender la vida, a las personas, para poder amar a Dios y al ser humano demás más y mejor. La verdad nuestra y de los demás.
Tercer rasgo. Fundados para “la salvación de las almas”. Somos mendicantes, venimos detrás de una tradición europea de órdenes monásticas. Nacemos con el nacimiento de las ciudades y nacemos y somos fundados para “la salvación de las almas”. Si en el s. X u S. XI para el cisterciense o el benedictino su claustro era fundamental , claustro abierto al cielo que le ayuda a orar y contemplar, para nosotros nuestro claustro es el corazón de las personas. Nuestro claustro es el corazón del ser humano porque somos llamados a colaborar, junto con toda la Iglesia para la salvación del ser humano. Si nuestro claustro es el corazón de cada hermano no puede faltar en esa vida claustral , la compasión. De Sto. Domingo se cuentan muchas anécdotas. Pero Santo Domingo nunca juzgó, como buen hijo de Dios, como buen y fiel amante de Cristo, no juzgó; y ahí empieza la compasión: no juzgar. Y segundo, escuchar. Tenemos que escuchar al mundo, tenemos que escuchar al otro. En nuestra tradición hablamos de la ley de la dispensa, en nuestras constituciones, en nuestras leyes que no obligan a culpa. Eso radica sólo en ese amor, en esa compasión por el otro, en ese querer que el otro crezca y no quede derrumbado.
Un cuarto rasgo de un fiel seguidor, amante de Domingo sería que tenemos que ser hombres y mujeres de la palabra, de la Palabra de Dios por supuesto, pero también de la palabra del otro. Hoy que todo está tan devaluado y que las palabras van y vienen.. hablamos de pot-verdad. Algo es verdad si me sirve a mí, lo sea o no lo sea. Ser hombres y mujeres de la palabra significa que en ella nos va la vida y es una palabra honrada y verdadera aunque nos de problemas o nos juzguen o nos critiquen. Pero tiene que ser una palabra de verdad. Y en ese mundo de la palabra somos predicadores de la gracia. Ello lleva el no estar constantemente viendo la mota en el ojo ajeno.
En quinto lugar, es hombre o mujer del silencio y del encuentro. Encuentro que nace de la escucha y de la contemplación y que no se queda en lo superficial.. Esto enraíza muy bien con Domingo de Guzmán porque él creyó en el ser humano y sobre todo creyó en las posibilidades de cambio, de conversión del ser humano. Siempre recordamos aquella anécdota cuando en Touluse pasa la noche conversando con el tabernero confundido por la herejía y a la mañana siguiente pide el bautismo. ¿Quién de nosotros pasamos horas y horas hablando con quien parece que está lejos o contrario a nosotros ¿Qué iglesia o comunidades cristianas vamos formando para ser instrumentos de paz y de conversión del corazón?
Un último rasgo tenemos que ser proféticos. Esto a la vida consagrada se le ha olvidado. De Domingo cantamos que es “luz de la Iglesia”. Tiene sentido en la comunión eclesial; pero también tiene su papel profético en esa comunión eclesial. Cuando Domingo y Diego de Aceves se encuentran con la herejía en el sur de Francia encuentran a los legados pontificios cistercienses que tenían la tarea de convertir a los herejes albigenses. Ellos iban a caballo y con grandes carrozas. Domingo de Guzmán dice; esto no va a convencer a nadie o nos bajamos de nuestro empoderamiento y nos ponemos al lado del corazón de quien está perdido, de quien sufre, de quien es empobrecido y gritamos con él o no le vamos a convencer de nada.
Extraído de la Homilia pronunciada en la Iglesia del Monasterio. Predicador: P. Ismael González o.p