Dios mío, perdón, perdón
perdón por mi tibieza,
perdón por mi cobardía,
perdón por mi indisposición,
perdón por mi orgullo,
perdón por mi atadura a mi propia voluntad, perdón por mi debilidad y mi inconstancia,
perdón por el desorden de mis pensamientos,
perdón porque me acuerde con tan poca frecuencia de que estoy en tu presencia,
perdón, perdón, perdón por todas mis faltas,
por todas las faltas de mi vida y sobre todo por las que cometí desde el comienzo de mi conversión.
¡Gracias por todas tus gracias Dios mío!
¡Gracias, gracias, gracias!…
¡Dios mío socórreme, socorre a aquel al que has colmado de tantos dones, a fin de que se convierta y pueda aprovechar los dones maravillosos que todavía le ofreces, a fin de que haga plenamente lo que quieres de él, aquello para lo que, en tu inefable bondad, le llamas, él que es tan indigno de ello!
¡Dios mí, conviérteme!
¡Conviérteme, Dios mío, en nombre de mi Señor Jesucristo!..
Tú que puedes sacar de las piedras hijos de Abraham, Tú que lo puedes todo en mí. ¡Conviérteme, Señor!
Dame el espíritu bueno, la sabiduría que prometiste dar a quienes lo pidieran.
¡Conviérteme y haz que te glorifique lo más posible hasta mi último suspiro y durante toda la eternidad!
Te lo pido en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Amén, amén, amén.
Ch. de Foucauld.