Tres formas de meditación cristiana
El término meditación, en el vocabulario cristiano, puede tener varios significados: profundización en la Palabra de Dios, contemplación, silencio de corazón a corazón… En cualquier caso, se trata de un encuentro interior que nos permite escuchar a Dios, quien está presente en nosotros.
«El centro del alma es Dios», decía San Juan de la Cruz.
Para vivir este encuentro interior y escuchar a Aquel que sólo nos espera, los Padres del Desierto, los Doctores de la Iglesia y otros santos nos han abierto caminos.
Con ellos, pongamos rumbo a este encuentro íntimo «con el que nos sabemos amados» (Santa Teresa de Avila):
- La Oración de Jesús, también llamada Oración del Corazón, forma parte de la tradición ortodoxa. Esta práctica, es principalmente una forma de enfocar la mente repitiendo una breve invocación a Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy pecador». Podemos repetir esta frase al ritmo de nuestra respiración para que ella misma, se convierta en un soplo (primera parte en la inhalación y final de la frase en la exhalación).
- La oración en silencio o de recogimiento nos invita a entrar en nosotros mismos. Se trata de viajar a nuestro «castillo interior», como nos explicaba Santa Teresa de Avila; no hay ningún protocolo o regla particular, sino una gran disposición interior para sentir la presencia amorosa de Dios en nuestro interior. Este abandono y desconexión de las exigencias externas requiere de paciencia y humildad. Santa Teresa nos tranquiliza: es normal que a veces, en ciertos días sea más difícil. ¡Lo importante es no desanimarse!
- San Ignacio de Loyola, quien estuvo en cama durante muchos meses, desarrolló sus famosos ejercicios espirituales. Éstos nos sugieren que nos sumerjamos en episodios del Evangelio para visitarlos realmente. Más allá de la simple escucha de la Palabra de Dios, San Ignacio nos propone sentir y vivir este encuentro con Cristo en lo profundo de nuestro ser.
Sea cual sea el camino utilizado, la meditación cristiana nos invita a darle un espacio a Dios, a hacer silencio para finalmente dejarnos mirar, tocar y amar.
«Imponed el silencio incluso a mi oración, para que sea un impulso hacia ti;
Haz que tu silencio descienda a lo más profundo de mi ser
¡y haz que este silencio se eleve hacia ti como un tributo de amor! (San Juan de la Cruz)
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