«El arrepentimiento brota del conocimiento de la verdad». (Thomas Stearns Eliot (1888-1965, poeta angloamericano)
Fácilmente experimentamos que una cosa es tener razón y otra tener la verdad. La verdad es «divina» diríamos, viene a nosotros, nos es dada; lo nuestro es salir a su encuentro, cultivar las habilidades necesarias para el más sutil, sencillo y penetrante arte espiritual.
En estos días de Cuaresma los textos litúrgicos nos ofrecen multitud de invitaciones: “ ¿acaso quiero yo la muerte del pecador y no que se convierta y viva?”, “ corrijamos aquello que por ignorancia hemos cometido”, “ en el estado todos los corredores corren, pero uno sólo se lleva el premio, corred así, para ganar..”
Una práctica espiritual que nos predispone a permitir que eso suceda es la atención, de modo que no sean los movimientos mentales o emocionales los que nos dominen. Algo tan sencillo como la quietud y la respiración contribuyen a escuchar el silencio y la sabiduría. Puede ser también repetir esa “ palabra sagrada” que como un ancla sujeta la barquilla de nuestros pensamientos, sentimientos evitando que seamos pura reacción. Pues en el interior somos capaces de reconocer la voz de Dios, la mirada del Padre sobre cada uno de nosotros, podemos encontrarnos con Él y darle toda nuestra confianza.
No vivir fuera de nosotros mismos sino emprender ese viaje a lo profundo que nos conduce a la verdad última que nos habita.
Y todo para que nuestra vida se vuelva más libre, más sencilla, mas compasiva.