Isaías nos invita a acudir al Señor a buscarlo, a invocarlo; si dejamos lo que no es Él, si escuchamos su palabra y seguimos sus preceptos algo espléndido se realizará, como es: deleitarse en la abundancia y vivir con la seguridad de la guía y la fidelidad del Señor. Que la vida sea un esfuerzo que hay que aceptar es insoportable, nos gustaría que fuera un placer inagotable, sin límites, el afán de plenitud, de infinitud sin dolor ni esfuerzo, contrasta con las limitaciones de nuestra vida, pretendemos tenerlo todo, acaparar todo sin dar nada, el Dios real es entonces nuestro auténtico enemigo, atacados como estamos de ceguera interna.
Cristo crucificado hace visible la verdadera imagen del Dios trinitario: Amor total y entrega total; no podemos salir de los males más profundos que se han instalado en nuestros corazones si no reconocemos a Dios como eje de nuestra existencia.
Unida a Dios, la vida humana se hace verdadera vida, sin Él queda debajo de su propio umbral y se destruye a sí misma, Cristo es la vida que nos lleva a la unión con Dios, por Él nos llega la fuente de agua viva “quien tenga sed que venga a mí, y beba” en su muerte llega a ser fuente de vida; el mundo, nuestro mundo, con todo su saber y su poder se ha convertido en un desierto. Jesús sigue siendo hoy la fuente inagotable de agua viva. La vida verdadera no se toma simplemente, ni se recibe, nos introduce en la dinámica del dar. Beber del agua viva de la Roca significa aceptar el misterio salvador del agua y de la sangre. Aceptar el Amor y acceder a la Verdad y eso es precisamente la vida que Cristo en su misterio pascual nos viene a dar.